La coexistencia de varias representaciones y prácticas socioculturales alrededor del proceso de salud enfermedad exige políticas de salud acordes con dichas presencias.  En esa tarea se han acuñado conceptos como “salud integral” y  “salud intercultural” que intentan dar claridad para operar acciones que lleven a incorporar dicha variedad manifiesta  por las personas que buscan los servicios de salud (1). En esta perspectiva se han realizado adecuaciones en la prestación de servicios de salud restringidas al ámbito de las relaciones a establecer entre las personas que prestan servicios de salud y las personas enfermas, adecuación importante que no es la esperada según la propuesta de interés aquí.

Para elaborar un marco político consistente con la exigencia de la diversidad, se requieren investigaciones interdisciplinarias que aborden al ser humano y sus manifestaciones mórbidas como un gran complejo bio-cultural.  Que además de develar los marcos conceptuales  o cosmovisiones, también permitan comprender las dinámicas de recepción, rechazo, o redefinición de los  diversos aportes de las culturas de la salud en la experiencia cotidiana de la interculturalidad.

Se propone un “modelo” para el estudio de las culturas de la salud en la interculturalidad a partir de lo local siguiendo a Clifford Geertz; es decir, desde  las manifestaciones de las culturas de la salud como hechos locales que reflejan algunos principios generales que ponen en evidencia y en secuencia conceptos claves a la manera de núcleos o ejes alrededor de los cuales se han configurado, y que podrían contribuir al estudio comparativo de las culturas de la salud hegemónicas y no hegemónicas.

En la propuesta se tiene en cuenta la premisa que afirma que muchas veces los problemas de morbilidad en la interculturalidad no se resuelven, no porque sean de muy difícil solución, sino porque el marco conceptual en el cual se mueven los trabajadores de salud no permite propuestas adecuadas. En coherencia con ésta premisa se ordenan conceptos claves en el esquema No.1 que en su análisis podrían favorecer cambios paradigmáticos con orientaciones más amplias para visionar soluciones no sospechadas anteriormente.

El uso de los conceptos que se abordarán, como instrumentos de investigación, contribuirán a aprehender y significar la realidad de tal manera que aporten respuestas a las siguientes preguntas: a) ¿Cómo alcanzar una aproximación al conocimiento de las culturas de la salud en todos sus componentes, desde la manera como son pensadas por las personas que hacen parte de ellas?, b) ¿Cómo identificar en los marcos conceptuales y las cosmovisiones, los desencuentros entre saberes y prácticas médicas para obtener mayor criterio en el análisis de los impactos de las políticas institucionales de salud?

Los conceptos se abordarán siguiendo el orden de los números en el siguiente esquema No.1  

esquema

(1) Cosmovisión.

Las acciones de los integrantes de cualquier cultura de la salud están precedidas de un cuerpo de conocimientos y prácticas, para el caso de la biomedicina es un consenso teórico-práctico y para los saberes no biomédicos o no hegemónicos es la cosmovisión. Si apreciamos que las culturas de la salud giran alrededor de marcos teóricos prácticos y cosmovisiones como consensos, es posible abordarlos analógicamente.

En ambos casos los integrantes se encuentran regulados por consensos alrededor de las diferentes representaciones sobre cuerpo humano, salud, enfermedad, así como las prácticas de promoción de la salud, prevención o control de la enfermedad y rehabilitación. Es en la experiencia de la adscripción (2), la identidad o el sentido de pertenencia donde la gente vive, se enferma, se sana o se muere, ahí se configuran también las expectativas frente a lo nuevo o lo desconocido. Como individuos estamos circunscritos a uno u otro o a varios sistemas, dependiendo de nuestra situación.

El marco teórico práctico de la biomedicina está constituido por una comunión de conceptos que han sido paradigmas en diferentes momentos históricos de la medicina, y todos podrían articularse en la medida que las lesiones anatómicas, las alteraciones funcionales y  las etiologías externas o internas a las que aluden coexisten en un individuo enfermo. Esta dinámica se consolida a principios del siglo XX y se configura como el modelo conceptual ecléctico y biológico que sirve de fundamento a la medicina moderna actual.

Desde la perspectiva antropología es importante evidenciar como la cultura - definida como un complejo y dinámico conjunto de creencias, conocimientos, valores y conductas aprendidas y transmitidas entre las personas a través del lenguaje y su vida en sociedad - es el contexto donde se encuentra la cosmovisión que soporta las culturas de la salud.

Es pertinente resaltar en el orden metodológico dos dimensiones de la cultura: a) una material que se corresponde con la manifestación de lo simbólico a través de conductas, prácticas, artefactos culturales, y normas de relación social entre las personas (Handewerker, 2000; Geertz, 1998), y b) una correspondiente a la ideacional o cognitiva que sintetiza el mundo simbólico de las personas, sus pensamientos, conocimientos y creencias adquiridas a través del aprendizaje, lo que podría llamarse el mundo de la conceptualización o de lo abstracto; allí se ubica la cosmovisión entendida como:

[…] el conjunto articulado de sistemas ideológicos relacionados entre sí en forma relativamente congruente, con el que un individuo o grupo social, en un momento histórico, pretende aprehender el universo[…] Cada miembro de la sociedad, al actuar en los distintos campos particulares, se ve precisado a mantener una relativa congruencia entre sus diversas representaciones, ideas y creencias, tanto en su interioridad psíquica como en la cotidiana acción al lado de sus semejantes y en la comunicación que ella exige. El pensamiento mismo no puede existir si no está fundado en la congruencia. (López, 1989:20).

En las culturas de la salud las dimensiones cognitiva y material se encuentran acopladas en un complejo sistema que soporta los procesos de salud y enfermedad como explicación y vivencia, así como las  prácticas o procedimientos con que se enfrentan las actividades de recuperación y mantenimiento de la salud, dimensiones que se transforman y reproducen a través de un continuo proceso de aprendizaje y socialización (Park, 2000)

Por ejemplo, el devenir de una persona de los Andes Suramericanos se logra dentro de una cosmovisión que como sistema global de pensamiento regula y garantiza el bienestar y la etnicidad de la sociedad que se expresa en los diferentes momentos de la cotidianidad, a la manera de una “ética cultural” que rige la conducta individual, social y de relación entre los individuos y de estos con su entorno, producto del ejercicio de aprehensión y significación que se hace de él para entenderlo, explicarlo y proyectarlo en sus formas de relación intercultural. (Portela, 2000)

Cada persona es marcada por el destino común que prescribe la cosmovisión del grupo y cuya estructura se pone de presente en el acontecimiento diario que es mediado por un control social que, según los casos, se materializa en los rituales para restaurar el orden histórico y cultural a partir de principios de solidaridad y reciprocidad como responsable que es de orientar el devenir de las sociedades.

(2) El cuerpo humano.

Teniendo en cuenta que existen tantas culturas de la salud como concepciones sobre el cuerpo humano, es necesario su estudio en una relación cuerpo-cultura-pensamiento como soporte del saber y las prácticas asociadas a los procesos de salud y enfermedad.

El cuerpo humano es el primer instrumento del hombre, es el inmediatizador frente a la naturaleza. Es un cuerpo humano socializado y culturizado, y él mismo con una historia inseparable de la historia de la técnica, de la historia de las formas del conocimiento humano.

El cuerpo tiene un significado que sintetiza el mundo gracias a las relaciones que crean los seres humanos a partir de él con el medio que los rodea, planteándose así la dicotomía del cuerpo como significante y significado. Si se aborda la dimensión pasiva se encuentra la expresión de un “orden” en  las marcas que hacen del cuerpo un objeto portador de mensajes -pinturas, vestuario, etc-, y la dimensión activa lo sugiere como “objeto puro” que significa por si mismo, es decir  habla de su edad, el poder o la muerte, por ejemplo.

Según Augé (1986) el cuerpo es un espacio material en el que se sintetiza el mundo, y es en esta perspectiva  que la anatomía y la fisiología -saberes desarrollados históricamente-son producto de concepciones imposibles de ser entendidas descontextualizadas de otros saberes como las cosmogonías, astronomías y teogonías. Por ello mismo, las mitologías son puntos fundamentales para el estudio de esa relación: ahí se nos cuenta de qué materiales ha sido hecho el cuerpo de los hombres y las mujeres, cuántos ensayos fueron necesarios y cuáles las primeras condiciones ecológicas para el mismo. Colocados ahí, o en la cientificidad occidental, o en cualquier concepción no occidental del cuerpo humano siempre se va a encontrar que lo que le ocurra a él, lo que lo amenace, lo que lo enferme, lo que lo deteriore y todos estos procesos hasta la muerte y su continuación simbólica, todo ello depende de lo que el cuerpo es. (Portela, 2000)

Por ejemplo, un saber fundado en la concepción biológica del cuerpo interpreta siempre los signos y los síntomas en relación con sus conocimientos acerca del modo de acción del organismo, de su estructura y funci ionamiento; es decir, desde  la anatomía y la fisiología.

(3) La sociedad.

La sociedad debe ser apreciada en su real dimensión como constructora de parámetros de bienestar individual, social y colectivo. Fin que se puede ejemplificar en las prácticas culturales asociadas con el ciclo reproductivo generalizadas y muy similares entre las comunidades rurales de los países andinos de suramérica.

El embarazo, el nacimiento del niño, los momentos inmediatos que le siguen, y sus diferentes etapas del desarrollo han motivado a estas sociedades a elaborar normas y a la ejecución de una serie de rituales muy variados con objetivos muy específicos encaminados a garantizar la vida de la madre, el niño y la sociedad.

Las normas asociadas al embarazo reflejan numerosos tabúes y restricciones dietéticas a la manera de medidas preventivas con la intención de proteger al niño aún no nacido; los conocimientos y actividades asociadas al momento del parto, y el cuidado de la placenta evitan los maleficios y la muerte pronta del niño; los rituales que potencian habilidades para hablar, para moverse por la floresta, para el fortalecimiento físico, entre otros - con estrategias que transfieren características de partes de animales que poseen habilidades similares - son rituales que por un lado re-socializan la normatividad social y cultural del grupo reafirmando la identidad como sociedad, y por otro lado instauran al niño dentro de su propia identidad.

Aseguran la interiorización de la cultura por parte del niño, entendida la cultura a la manera de un guión de teatro que indica cómo ha de ser su desenvolvimiento en el escenario cultural con tensiones severas o de permisividad.

(4) Salud-enfermedad como proceso.

Las situaciones de salud como de enfermedad se encuentran enmarcadas en corpus teóricos-prácticos o en cosmovisiones, y en la perspectiva que precedentemente se ha argumentando deben abordarse como estados de un proceso bio-cultural.

Se hace necesario reiterar la crítica a la antropología que hace énfasis en el significado cultural de la enfermedad definida como un texto simbólico. Texto que aunque puede ser leído a profundidad para captar los sentidos que encierra y evidenciar la necesidad de reconocer diferencias semánticas y de significaciones entre médicos y pacientes, (como aporte metodológico para explorar y resolver los problemas de relación con los pacientes y con la población en el campo de la educación en salud, los incumplimientos en los tratamientos, y de la negociación de alianzas terapéuticas ),  no interroga los procesos de producción de sentidos culturales, las dimensiones ideológicas que sustentan los sistemas de significados, ni las construcciones ideológicas que distinguen realidades políticas y económicas.

Esta tendencia culturalista descontextualiza la historia, la economía y la política de las “culturas”, y privilegia teóricamente la determinación cultural de las prácticas de salud y la enfermedad. El abordar el problema de enfermedad solo bajo el énfasis cultural puede derivar en dos tendencias que en nada propician la articulación interdisciplinaria:

Por una parte una antropología que no entiende el continuo avance de las teorías biológicas “explicativas” de la subjetividad, la sociedad, la cultura, la genética, el SIDA, la alcoholización, y ciertas enfermedades mentales que tienen su centro analítico y explicativo en condiciones biológicas y genéticas de grupos étnicos y sociales; y en consecuencia, es objeto de cuestionamiento ideológico y epistemológico al considerar que el sujeto y las formas de vida humanas solo pueden ser analizadas y explicadas por la cultura.

Y por otra parte la que consolida un sesgo clínico en la propuesta teórica y práctica de la antropología médica, al fortalecer el modelo médico hegemónico, los procesos de medicalización de la enfermedad y el viejo rol de auxiliar intermediaria. Se han hecho requerimientos culturalistas al antropólogo por parte de instituciones médicas para incluir “módulos”, “materias” u otras orientaciones de estudio en los planes curriculares de las facultades de medicina o escuelas de salud pública, y se le solicita su participación en equipos de salud para desempeñar el papel de “traductor cultural”.

(5) Enfermedad.

Los sistemas de clasificación de enfermedades no necesariamente se corresponden entre las culturas de la salud  porque hay diferencias en  las concepciones sobre el cuerpo humano, la salud y la enfermedad.

Se puede afirmar que desde la bio-medicina se ha desarrollado una concepción orgánica funcional del hombre sano y enfermo, que cualquier alteración debe restaurarse solamente por métodos mecánicos o químicos; pero sucede, que en la aplicación y resultado de estos métodos aparecen nuevas confusiones entre normalidad y salud, anormalidad y patología. ¿Quiénes definen cuáles son los criterios de normalidad o anormalidad?, ¿Por qué la medicina clínica se aferra a la visión biológica si se sabe que la enfermedad es una realidad sociocultural e histórica?

(6) Clasificación de enfermedades.  

Las culturas de la salud poseen historias extensas y estructuras de pensamiento sólidas, coherentes y lógicas. Se sustentan en propias construcciones sobre el cuerpo humano, con su anatomía y fisiología, y en contextos medio ambientales, económicos, sociales, políticos e históricos. Poseen un sistema clasificatorio de enfermedades en coherencia con las diferentes especializaciones del conocimiento, las respectivas técnicas de tratamiento y recursos. Para asegurar la coherencia de todos sus elementos constitutivos se encuentran los corpus conceptuales o de cosmovisión a la manera de una teoría implícita que cubre desde la práctica más compleja a la más trivial (Portela, 2002)

Para una aproximación a lo que sucede en la cotidianidad de las dinámicas interculturales de salud, es necesaria la clasificación de las enfermedades según el orden histórico, no como comportamiento de las enfermedades a través del tiempo como lo hace Pérez Tamayo (1985:14), sino como el resultado de un proceso que se refleja en el momento actual. Es de gran aporte porque facilita ir tras las eficacias de los conocimientos desarrollados para las enfermedades clasificadas como “propias”, y tras los limites de los propios conocimientos para resolver las enfermedades clasificadas como “afueranas” y que han llegado con el contacto intercultural, y que siendo “afueranas” han sido reelaboradas en la historia de los grupos.

(7) La tradición, propio contexto.

Para este nivel del esquema, diferentes etnografías sobre culturas de la salud en América Latina dejan en evidencia que hay enfermedades clasificadas como “propias” para las cuales hay un saber que tradicionalmente las afronta y las resuelve, pero, de otra parte,  también hay un reconocimiento de las limitaciones de los “saberes propios” cuando se enfrentan a enfermedades que en la historia se reconocen como “no-propias”, y se manifiestan después de los contactos con otras realidades culturales.

En el reconocimiento de las limitaciones y las posibilidades de los saberes y prácticas médicas, se origina el recorrido que inician las personas por las diversas alternativas médicas que les brinda la diversidad cultural para lograr la recuperación de la salud; pero es también en esa actitud de reconocimiento donde se vislumbra la posibilidad de construir programas interculturales de salud.

(7.1) Nombres de las enfermedades.

Especial atención exigen los nombres que se dan a las enfermedades, tras ellos existen conceptualizaciones que reflejan un conocimiento fisiológico definido y codificado corporalmente. Las denominaciones deben ser interpretadas no como causas de enfermedad, similarmente la biomedicina identifica males según su historia, el descubridor, el tipo de relaciones. Así como la enfermedad de Parkinson no es producida por éste descubridor, tampoco la enfermedad de Kuiche o Arco es producida por este fenómeno atmosférico.

(7.2) Percepciones de las enfermedades, (7.3) Estrategias de conocimiento para identificar, prevenir, o controlar.

Arriba se afirmaba que el cuerpo es un instrumento de conocimiento y como tal es moldeado según la  cultura. Entre los nasa -por ejemplo- los  procedimientos asociados al conocimiento de las enfermedades tienen que ver con el “sentir”. El médico tradicional debe sentir en su propio cuerpo las señas como reflejo de las que corren por el cuerpo de la persona y allí se leen las enfermedades. El especialista se ayuda con el mambeo de la coca para agudizar la sensopercepción, en otros grupos es la “escucha” y así de muchas maneras; en el caso de la biomedicina, el conocer, entre otras formas, está asociado con el tacto, hay que “tocar” al paciente. Revelar estas estrategias de conocimiento nos ayudan a determinar en qué escenarios generan rechazo a la hora de los procedimientos de diagnostico y tratamiento de enfermedades.

Experiencias contemporáneas alrededor del parto dan cuenta de un privilegio por “ver” en detrimento del “sentir”; la magia del sentir -subjetividad- poco a poco se ha ido diluyendo por la magia de ver más allá de la simple vista -objetividad-, no sólo en términos de conocimiento, sino de relación entre personas en los rituales médicos. La persona es  importante por lo que deja traslucir, mas no por su sensibilidad, a tal punto que se ha instaurado una tecnología del control y la negación del sentir; se controlan los dolores del parto; acaso no se pueden prevenir o minimizar con una buena profilaxis promoviendo una actividad dinámica en la cotidianidad de la mujer.

(7.4) formación de personas en ese conocimiento.

Existe un acuerdo que plantea que toda clasificación es operativa y en la trama de las culturas deja ver estrategias de sobrevivencia, para el caso de las enfermedades se presume que su diferenciación y nominación tiene que ver con situaciones particulares donde se conjugan relaciones que las posibilitan. La clasificación de enfermedades determina especializaciones en el conocimiento y la práctica según la complejidad para interpretarlas, controlarlas o curarlas, pero también para prevenirlas. En acuerdo con las especializaciones existe una gama de cabezas médicas que requieren ser abordadas para establecer cuál es el sentido cosmogónico o conceptual de sus procedimientos terapéuticos.

(7.5) Técnicas o rituales de curación.

El procedimiento de curación o restauración de la salud es un evento social, colectivo, con un proceso de comunicación fundamental que va mas allá de las palabras y sus sentidos, es la gestualización, es la música, es la proxémica, es toda la parafernalia que acompaña el evento social de la curación, incluida la comunicación química a través del consumo de plantas medicinales, de los sahumerios, de los fármacos, etc.

El logro de la comunicación es la garantía de buena parte del éxito de los procedimientos curativos. En este orden, la persona enferma deja de ser paciente-pasivo para ser sujeto activo de su propia curación, porque el proceso comunicativo consciente e inconsciente genera procesos de autorregulación, en una concepción que no admite la división cartesiana del cuerpo humano entre: materia (biología-cuerpo), alma (cultura-psiquis). Las enfermedades se configuran y se desconfiguran en los contextos del ser humano integral (bio-cultural), y entendidas así , todas son culturales.

En el ambiente intercultural donde circulan tantos discursos sobre el cuerpo humano, la salud y la enfermedad, la comunicación se hace más compleja, y hay que asumirla con una clara conceptualización sobre la interculturalidad.

Si abordamos la enfermedad del niño o la madre o cualquiera de los miembros de la sociedad, debemos privilegiar el relato que hace la persona, no como subjetividad, sino como percepción real de enfermar en su ámbito social, cultural económico, etc., y se debe privilegiar, no para objetivizarlo y calificarlo desde la normatividad del pensa miento médico occidental; sino para ponerlo en diálogo con los discursos de las experiencias de la biomedicina, y de otras experiencias terapéuticas presentes en la diversidad sociocultural.

(7.6) Recursos terapéuticos: plantas, minerales, vegetales, fármacos, laser…etc.

Las personas nos conducen en sus itinerarios terapéuticos por las especializaciones de saberes y prácticas de sus culturas de la salud. El punto de inicio se da en el campo del conocimiento común con recursos terapéuticos no especializados y al alcance de la sociedad en huertas medicinales o tiendas de barrio donde se venden los fármacos más básicos y de prescripción libre, hasta llegar a las especializaciones más complejas. Si los agentes de salud consultados no resuelven sus problemas de enfermedad, las personas inician el itinerario en otras culturas de la salud, decisión que es tomada por criterios de eficacia, no-eficacia e influenciada por el discernimiento en la historia de las enfermedades que dice de los limites y las posibilidades con todos sus recursos terapéuticos.

(8) De la tradición (propio contexto), de otras tradiciones (otros contextos).

Esta relación es fundamental, es la construcción a partir de la interculturalidad. Giorgio Agamben (2002) aporta argumentos muy importantes para su análisis. En su capítulo  “Réflexions sur l’histoire et sur le jeu” rescata el puente entre el pasado y el presente donde los significantes inestables deben mezclarse con los estables para garantizar el fun cionamiento de un sistema social complejo, y donde se afirma que la relación pasado presente no es cuestión exclusiva de las sociedades tradicionales, y que en las sociedades contemporáneas en vez de exorcizar los significantes inestables como si fueran parte de un mundo profano -porque le han extraído sus contenidos originales- tratando de olvidarlos, por el contrario deben buscar restaurarlos a través del fortalecimiento de las funciones significantes de los rituales. El análisis que hace el autor motiva los análisis semiótico-culturales de la cotidianidad de las personas.

Para ello propone sugerentes opciones de análisis: el espacio y el tiempo como construcciones culturales, tiempo más corto o más largo, espacio más reducido o más amplio según los escenarios culturales. La sincronía en relación con el estatismo y el conservadurismo, y la diacronía más dinámica y transformadora; el ritual haciendo alusión a la tradición, a la norma, a un orden, al conocimiento histórico con capacidad de transformar la diacronía en sincronía; y el juego sin historia, sincrónico y sin orden, con la capacidad de transformar la sincronía en diacronía. Y ambos -el ritual y el juego- diferentes pero emparentados como actos, por ser productos del “hacer” de la cultura, en concordancia con el postulado planteado por Levi Strauss: la cultura existe en la medida que es pensada, dicha y hecha.

(9) De otras tradiciones de otros contextos.

Para su análisis debe seguirse el mismo procedimiento que se hace para (7): nombres  y percepciones de las enfermedades, estrategias de conocimiento para identificar, prevenir y controlar; formación de personas en esos conocimientos -según especialidades-, técnicas o rituales de curación, y recursos terapéuticos.

En lo pertinente a la relación entre culturas de la salud de diferentes tradiciones, ¿Qué pasa con una persona como realidad bio-cultural y con su cultura de la salud, cuando sufre enfermedades nuevas por fuera de sus contextos de realidad y sus sistemas de representación?

Cuando las personas y las familias se desplazan hacia otros territorios en procura de actividades económicas para la sobrevivencia en localidades que generan extrañamiento cultural o en ambitos de inequidad social, se generan transformaciones muy importantes en el ámbito familiar relacionadas con el deterioro de la comunicación. Es posible que en el imaginario de la gente estén presentes sus ideas de familia, de auto-cuidado del cuerpo humano en acuerdo con sus representaciones sobre la salud y la enfermedad, etc., pero se quedan como ideas en la memoria por fuera de una práctica cotidiana.

Al final lo que se evidencia es una incoherencia entre lo que se piensa -dictado por la cultura- y lo que se hace, por la obligación de la exigente tarea de transformar los tiempos y los espacios de la cotidianidad, al concentrar energías y fuerzas en actividades de sobrevivencia. ¿Qué transferencias cognitivas se dan en estos contextos?, ¿Es posible que en el cuerpo de las personas empiecen a habitar otras concepciones sobre el cuerpo humano, la salud y la enfermedad?

Notas

(1)Acciones que deben operar en los contextos de interculturalidad con la conciencia de un cuerpo humano no universal y construido en  los grupos socioculturales donde se sustentan procesos de salud y enfermedad específicos. Estas, entre otras razones, por las cuales se habla de diversidad biológica, cultural y social del ser humano.

(2) No se puede olvidar que la no adscripción, no sentido de pertenencia y crisis de identidad, entre otras razones, tienen que ver con la susceptibiliadad a enfermar.

Bibliografía:

Agemben, Giorgio (2002) Le pays des jouets. Réflexion sur l’histoire et sur le jeu in Enfance et histoire, Paris : Petite Bibliothèque Payot, Págs: 121-158.

Augé, Marc. (1986) L’anthropologie de la maladie. L’Homme, 26 (1 et 2) Págs: 81-90.

Geertz, Cliford. (1998) Thick description: Toward an Interpretative Theory of Culture. En: Bohannan P, Glazer M. (Eds.) High Points in Anthropology. McGraw-Hill. New York. Págs: 529-551.

Handewerker, WP (2000) Quick Ethnography. Altamira Press. California.

López, Austin (1989) Cuerpo humano e ideología, las concepciones de los antiguos nahuas. Universidad Nacional Autónoma de México, México.

Park, A. (2000) Introducing Anthropology And Integrated Approach. Mayfield Publishing Company.California.

Portela, Hugo  (2000) El pensamiento de las aguas de las montañas. Editorial Universidad del Cauca, Popayán.

Portela, Hugo (2002) Cultura de la salud Páez: Un saber que perdura para perdurar. Editorial Universidad del Cauca, Popayán.