CONTEXTO SOCIAL DEL DISCURSO ANTROPOLÓGICO SOBRE LA ALTERIDAD. A propósito de los 40 años del Departamento de Antropología de la Universidad del Cauca.
ÁMBITO NACIONAL
La Antropología, una disciplina social que se ocupa de explicar la construcción, recreación y movilización de la cultura y la identidad, emerge en Colombia en la década de 1940 ligada a una discursividad sobre el otro ya existente en otras disciplinas sociales, algunas también en proceso de constitución. Este discurso progresivo de constitución de la alteridad en Colombia (que alcanza su clímax en el país con la institucionalización de la antropología como una disciplina de formación académica universitaria) sólo puede explicarse en virtud de su relación primordial con los proyectos de construcción de la identidad nacional. En este sentido puede explicarse la emergencia de las disciplinas sociales en las universidades colombianas, con el propósito de domesticar y encauzar académicamente los discursos dispersos ya existentes. De este modo se pretende continuar con mayor "claridad" y con mecanismos educativos ideológicos más eficaces las formas de regulación y dominación del otro que habían empezado en América con la escritura (en el siglo XVI) y con la retórica de la ciencia (en el siglo XIX).
A pesar que en Colombia no ha habido un proyecto nacional sino varios (cf. Pineda 1984; Melo 1989) y es un acto de prospectiva elemental sugerir que en el futuro existirán varios proyectos de identidad (no necesariamente nacionales, dada la tensión hoy existente entre lo global y lo local, aunado a que el proyecto identitario es siempre inacabado, estratégico, coyuntural, es decir, histórico), es posible afirmar que el proyecto nacional colombiano ha recorrido, alternativamente, el camino de la dominación de un grupo social sobre los demás (el hispanismo o la superioridad de la elite "blanca") y el de la homogeneidad basado en el mestizaje biológico que se pensaba como motor evolutivo capaz de transformar la diversidad cultural en homogeneidad cultural. Con uno de esos proyectos nacionales, el de la burguesía liberal de la década de 1930 y 1940, se relaciona la institucionalización de la antropología en el país. Ese proyecto pensó una nación unitaria monocultural (monoteista, monolingüe y monojurídica) y homogénea (mestiza), que atrajera hacia sí a la gran diversidad sociocultural accidentalmente incorporada dentro del territorio de la República.
Aunque en el país hubo intentos previos de hacer investigaciones antropológicas, tanto por extranjeros como por colombianos (cf. Duque 1965:75-91; Londoño 1989a, 1989b; Reichel-Dolmatoff 1965:20-24, 1987:17-19) y el Servicio Arqueológico Nacional existió desde 1938, sólo en la década de 1940 el antropólogo francés Paul Rivet empezó en Colombia la disciplina antropológica de una manera institucional. Los años previos a la llegada de este antropólogo fueron testigos de un corto período liberal que permitió el surgimiento de un sistema educativo más abierto, removiéndolo un tanto del puño férreo e intransigente de la Iglesia, y que creó en 1936 la primera institución académica dedicada a la enseñanza de las ciencias sociales, la célebre Escuela Normal Superior (Ospina 1984). En 1941 el presidente liberal Eduardo Santos ofreció a Paul Rivet apoyo oficial para realizar investigaciones antropológicas en Colombia; Rivet aceptó la oferta y los primeros antropólogos colombianos fueron entrenados bajo su sombra en el Instituto Etnológico Nacional, fundado ese mismo año. Aunque la agenda política del Instituto fue concebida como "democrática y pluralista" Rivet guió la incipiente disciplina a través de una relación académica distante de la siempre ocultada problemática realidad social de la alteridad. El acercamiento disciplinario al otro fue aséptico y estuvo centrado en el pasado: los indígenas (y más tarde, aunque de manera muy incipiente, los afrocolombianos y los mestizos) fueron considerados en tanto sujetos históricos productores de una cultura material que pasó a formar parte de la tradición nacional (el Museo del Oro, por ejemplo, fue establecido en 1939). En este sentido el otro (el indígena ya desaparecido) fue resucitado en excavaciones arqueológicas (especialmente cuando estas ponían al descubierto restos de arquitectura monumental) y exaltado como uno de los pilares de la nacionalidad (e.g. Uricoechea 1984), a la vez que los indígenas supérstites fueron alienados de su realidad contemporánea. Los indígenas, restringidos en buena parte a un marco artístico, fueron parte del Estado Nacional solamente en su relación con el pasado; en cambio, los indígenas contemporáneos fueron privados de ese privilegio. El otro contemporáneo fue invisible en el discurso de la identidad, no obstante su "descubrimiento" hacia finales del siglo XIX, cuando la ampliación de la frontera agrícola y minera, como resultado de las propuestas liberales de inclusión del país en la economía-mundo, lo "encontró" sobre el mapa del país (cf. Uribe 1907). Así, el otro contemporáneo no existió (y, por lo tanto, no fue problema) sino hasta que apareció en el horizonte expansionista. Como ha dicho José Luis Lorenzo (1981:197) este maniqueísmo condujo a una oposición predecible: "la construcción de una tradición indígena presente/ausente en nuestra identidad nacional". La búsqueda del otro fue separada, desde el principio, de la búsqueda de la identidad nacional, excepto cuando la significación del otro obtenía su sentido en el pasado. El tardío patrocinio estatal a la investigación antropológica pone en evidencia la falta de una agenda política en la que la construcción de una identidad nacional incluyera al otro con la participación de las disciplinas sociales.
Aunque algunos intelectuales del siglo XIX ensalzaron el pasado indígena prehispánico y lo señalaron como uno de los pilares de nuestra identidad la opinión general estuvo dividida entre una percepción romántica (actitud que permeó las artes hasta la primera mitad del siglo pasado) o un abierto desprecio hacia el otro. Como en muchos otros países latinoamericanos la aristocracia colombiana, primero, y la burguesía incipiente, después, construyeron sus identidades, atribuidas como nacionales, por medio de la educación monolingüe y monoteísta y sobre la exclusión de la alteridad y la apología del mestizaje homogeneizador. Así, la institucionalización disciplinaria de la antropología en 1941 comenzó a hacer parte de la regulación del discurso sobre el otro, es decir, supuso la profesionalización de ese discurso que, en virtud de la especificidad disciplinaria y de sus orígenes instrumentales, adquirió una dimensión epistémica. La memoria de Uribe (1907) sobre la "maquina de reducir salvajes" propuso que esa reducción no podía realizarse de manera efectiva si no se tenían en cuenta las especificidades culturales de los "salvajes". Así, la antropología surgió en Colombia como la encargada de producir un discurso disciplinado y epistemico sobre el otro
ÁMBITO REGIONAL: ALTERIDAD Y ANTROPOLOGÍA EN EL CAUCA
Salvo la visita fugaz y de paso de algunos antropólogos extranjeros en las primeras décadas del siglo XX los estudios sobre la alteridad en el Cauca (aunque no estrictamente desde un punto de vista disciplinario) comenzaron con el profesor de la Universidad del Cauca Antonio García (1932), quien demostró en sus estudios la naturaleza sociocultural y política de la problemática indígena y su estrecha conexión con el problema agrario regional derivado de la disolución de los resguardos y la consolidación del latifundio. García, además, co-dirigió con Gregorio Hernández de Alba el Instituto Indigenista Colombiano, desde donde agenciaron sus investigaciones relacionadas con la problemática indígena ligada a la inequitativa distribución de la tierra. Por su parte, Gerardo Cabrera, asombrado en 1935 por el descubrimiento de organizaciones indígenas (cabildos) sobrevivientes en los latifundios del norte del Cauca, planteó la problemática social de los indios terrajeros (1942) y fundó el Departamento de Negocios Indígenas del Cauca. Pocos años después de la fundación del Instituto Etnológico Nacional se crearon filiales en Santa Marta, Popayán, Barranquilla y Medellín destinadas a realizar investigaciones regionales en aquellas zonas consideradas como centros de diversidad étnica o de riqueza arqueológica.
El Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca fue creado por el Acuerdo 128 del 1 Febrero de 1946 y fue dedicado a la investigación y a la enseñanza de la etnología, especialmente de América, de Colombia y de las regiones que constituían la antigua Gobernación de Popayán. La enseñanza y la investigación se desarrollaron de acuerdo a un plan de estudios con duración de dos años con cursos de antropología física, arqueología, etnología, lingüística, sociología, colonización española y diversos seminarios. Fueron directores e investigadores visitantes Gregorio Hernández de Alba (primer director), John Rowe, Henri Lehmann, Juan Friede, Eliécer Silva Célis y Julio Cesar Cubillos. Por la misma época se fundó y funcionó por algún tiempo la Sociedad de Etnología del Cauca, integrada por varios intelectuales de la región como Gerardo Paz, Carlos Vergara y Henri Lehmann.
El proceso de construcción disciplinaria sobre la alteridad (en este caso la realidad indígena) que se generó en el Cauca a partir de la década de 1930 debió realizarse en un contexto socio-político muy poco propicio para su fortalecimiento institucional y, menos aún, para su aceptación o legitimación social. En efecto, al mismo tiempo que se desarrolló y fortaleció un discurso académico interesado en explicar la problemática indígena, ocupando espacios institucionales, se generaron en sectores políticos dominantes posiciones y acciones en contra y/o de desconocimiento de las comunidades indígenas y de todo discurso que no fuera favorable a sus intereses. Este hecho se tradujo en una tensión entre el saber y la práctica antropológica y el ejercicio o disposiciones del poder político; una cosa era lo que acontecía en el plano de la investigación antropológica aplicada y una muy distinta la que ocurría o persistía en el entorno donde se originaba.
En 1934 se creó el Centro de Estudios Marxistas liderado por Antonio García, que produjo las investigaciones ya mencionadas, mientras que en 1935 se creó el Centro de Investigación Antropológica, adscrito a la Universidad del Cauca. En la misma época en que el pensamiento indigenista adquiría presencia académica en la Universidad del Cauca y en la región, con ocasión de la celebración de los 400 años de la fundación de Popayán (1937), realizada con tres años de diferencia de la fecha centenaria (1940), fue implantada, con un alto contenido simbólico de reafirmación de la conquista y la colonización, la estatua de su fundador, Sebastián de Belalcázar, sobre la cima de la pirámide ceremonial prehispánica del Morro de Tulcán. Las únicas discusiones sobre el significado histórico y simbólico de esta celebración conmemorativa giraron sobre la apreciación estética del lugar (Morro de Tulcán o centro histórico de la ciudad) donde debería colocarse la escultura. Acto seguido a esta celebración los políticos locales presionaron ante el Gobierno Nacional la parcelación de los resguardos, obteniendo disposiciones legales sobre su extinción, especialmente en Tierradentro, y una partida del presupuesto nacional con el mismo fin.
Pocos años después de estos acontecimientos los ecos académicos del discurso antropológico (en especial el arqueológico), aprovechando las preocupaciones del gobierno nacional por atender a su manera la problemática indígena, lograron crear el Museo Arqueológico (1942), el Departamento de Negocios Indígenas del Cauca (1942) y el Instituto Etnológico del Cauca (1946). (Al respecto llama la atención que buena parte de quienes estuvieron al frente de estos organismos fueran intelectuales foráneos y que sus contertulios o discípulos payaneses que se pusieron al frente de estos organismos una vez se "retiraron" sus fundadores no continuaran con las prácticas de investigación establecidas ni generaran nuevas propuestas). Simultáneamente con la creación de estas instituciones, por razones políticas y sociales se origina el decreto 896 de marzo 11 de 1947 convirtió en delito el cultivo, posesión, masticación y comercialización de la hoja de coca en Colombia, aspectos que hacían y hacen parte de la vida cultural, médica y económica de buena parte de la población del Cauca, especialmente de los indígenas. Como para que no quedara rastro de la férrea oposición a cualquier actitud de defensa de la indianidad regional en 1950 fue puesta en Popayán una bomba de dinamita en la casa del entonces director del Instituto Etnológico del Cauca, Gregorio Hernández de Alba, en represalia por haber denunciado ante la opinión pública y ante un juzgado el genocidio de indígenas paeces, quienes después de haber sido amarrados con alambre de púas habían sido fusilados.
Así, los primeros pasos de la antropología en el Cauca y la proliferación de organismos que impulsaron la investigación y discusión sobre la problemática indígena fueron, principalmente, producto de las reformas liberales de 1935 y 1936, tanto en lo académico como en lo político, cuyos alcances se extendieron hasta finales de la década del cuarenta, a las que debieron amoldarse la Universidad del Cauca y "resignarse" algunos sectores políticos dominantes locales. Sin embargo, las primeras voces de la investigación antropológica en el Cauca fueron silenciadas por las acciones del poder político, labor en la que participó incondicionalmente la prensa payanesa. El turbión de la violencia fue el telón de fondo justificador de acciones contra los indígenas y el abortador transitorio del proceso investigativo antropológico que se gestó en la Universidad y que comenzaba a impactar la región y a algunos ámbitos intelectuales. Si la década de 1930 representó el inicio en la Universidad del Cauca de la investigación y agitación intelectual sobre la cuestión indígena la de 1940 significó su interrupción y la suplantación de la discusión por el enfrentamiento directo de los sectores en conflicto. Este enfrentamiento adquirió en la región visos de conflicto intercultural y político del que debieron marginarse los académicos locales, pues en esa época el autismo intelectual cobró plena vigencia como mecanismo más indicado para salvaguardar la vida.
Después de la salida forzosa en 1950 del etnólogo Gregorio Hernández de Alba de la dirección del Instituto Etnológico del Cauca se suspendieron las investigaciones. En 1955 el arqueólogo Julio César Cubillos asumió la dirección del Instituto e inició trabajos de excavación en Popayán y sitios aledaños (1956-1957). A partir de 1957 las investigaciones fueron suspendidas de nuevo y las actividades del Instituto quedaron relegadas a una labor de organización y mantenimiento del Museo Arqueológico-Etnográfico, que funcionaba en el Casa Mosquera. Tras el retiro de Cubillos el Instituto careció de actividades académicas y de divulgación, situación que se extendió por algunos años. En 1967 el Instituto Etnológico, a partir de entonces llamado Instituto de Antropología (Resolución 14 del 28 de Febrero de 1967), reinició actividades con el nombramiento como director del arqueólogo Miguel Méndez (en la actualidad profesor del Departamento de Antropología). Desde entonces se realizaron diversas actividades divulgativas, conferencias, seminarios, cine etnográfico, comisiones a comunidades de Tierradentro, costa Pacífica y Macizo Colombiano y la edición del Boletín del Instituto de Antropología, del cual se publicaron 12 números entre 1967 y 1969. El Instituto suspendió sus actividades en 1969 y un año después fue incorporado a la recién creada Facultad de Humanidades como Sección de Investigaciones Sociales. Precisamente en la década de 1960 se crearon los departamentos de antropología en las universidades del país: Los Andes (1963), Nacional (1966) y Antioquia (1966). La Universidad del Cauca creó el Programa de Antropología en 1970. Así, el origen de la tradición antropológica en la Universidad del Cauca estuvo ligado a la alteridad indígena, pero debido al contexto político y social regional no logró plenamente trascender el discurso que caracterizó el arqueólogo León Raines: "se muestran con orgullo los objetos de arte indígena pero se esconde al indio que los elabora". Este aspecto confirma la premisa contradictoria de buena parte del discurrir antropológico en el país, "la construcción de una tradición indígena presente/ausente en nuestra identidad".
NOTA: El presente es el documento de contexto histórico que sirvió de preámbulo al análisis de los programas de pregrado de antropología, y que hace parte del documento que de autoevaluación para acreditación de alta calidad coordinado por Hugo Portela Guarin