Para propiciar el diálogo es importante partir de una re-conceptualización que permita poner al saber y al conocimiento en un mismo plano de igualdad, o tal vez, como análogos en estricto sentido, donde se aprecie que en el  proceso -construcción de conocimiento- se involucran la existencia de adquisiciones cognitivas regidas por lógicas especificas -propias-, mediatizadas a su vez por realidades cambiantes y procesos de acumulación y decantación producto del encuentro con otros saberes. Es imprescindible conocer la existencia de variadas formas de conocer y la complementariedad de ellas para dar cuenta de una dimensión holística de las realidades.

¿Pero, cómo garantizar que esa reconceptualización se aísle de la tradición de la modernización y elimine todos sus riesgos asumiendo entonces una perspectiva de aproximación lo más cercana a las realidades de las comunidades?

Un ejercicio importante en esta aproximación lo ha aportado la Investigación Acción Participativa desde la década de los años sesenta. La no comunicación hasta entonces entre sujeto de investigación y objeto de investigación se supera por una relación con propósitos dialógicos entre sujetos partícipes de la investigación con el reconocimiento de la capacidad de los sujetos para crear conocimiento; sin embargo, esta perspectiva se desfigura luego cuando se estandarizan las formas del conocer popular, convirtiéndose en un discurso homogéneo con categorías occidentales únicas y con formas de validación que terminan siendo avaladas por el discurso científico. “Este saber -el popular- considerado, un saber popular o folklórico, tiene una racionalidad y una causalidad propia que le da una validez científica, aunque no esté codificado según los patrones de la ciencia occidental” (Fals Borda en: Salazar, 1992:70).

Esta valoración deja en evidencia que las codificaciones particulares de un conocimiento práctico, cotidianamente vital, tienden a desaparecer al ser desarrolladas por las categorías de la ciencia; como si ellas no pudieran valorarse desde sus propias racionalidades y lógicas de conocimiento. No hay un desapego a la calificación acostumbrada desde el parámetro de la ciencia en procura de un proceso de entendimiento de los conceptos con toda su significación y riqueza interna, lo que se logra es una homologación. En las obras de varios autores es posible leer argumentaciones y reflexiones teóricas acerca de los procesos de conocimiento, el pensamiento y los saberes, que los hace merecedores de la calificación de pioneros en el movimiento teórico poscolonial por plantear la existencia y presencia de otras “ciencias” diferentes a la hegemónica; entre ellos se encuentran Lévi Strauss (1982) y Clifford Geertz (1994).

El primero de ellos en su libro “El pensamiento salvaje” y en el capitulo “La Ciencia de lo Concreto” despliega una importante disertación sobre el pensamiento como dimensión humana, como estructura, como construcción, y como expresión universal al observar patrones similares en varias culturas, dejando trazados los fundamentos, un poco más allá de la primera mitad del siglo XX, para las posteriores teorías que han conceptualizado sobre la experiencia del saber.

Clifford Geeertz (1994) habla de un saber en términos de conocimiento local, como herramienta de primera mano para el antropólogo -no solo para éste autor-; también plantea que es el insumo más cualificado para develar “conocimiento como lo local” porque se operan categorías propias, estructuras de ideas con significados múltiples implicados en diversos niveles que se cuestionan a la luz de la ciencia fáctica.

Además de los planteamientos de estos dos autores, son varias las experiencias antropológicas desde la perspectiva de la etnociencia con énfasis en el prefijo etno que imprime una direccionalidad de enfoque hacia la aproximación a las formas de saber de los grupos socioculturales. Enfoque que involucra las visiones culturales sobre la relación holística hombre-naturaleza, por ejemplo, donde el prefijo etno hace referencia al análisis que -se supone- hacen los grupos humanos de sus sistemas de aprehensión, significación y clasificación, que se protocolizan en los informes académicos, permitiendo mostrar el saber local de una manera más expedita a través de sus taxonomías.

Durante esta reflexión se ha registrado que existen múltiples saberes, nada novedoso, con los cuales vale la pena instaurar diálogos; los saberes de las comunidades han sido probados por milenios y se caracterizan por una profunda estructuración que han garantizado su perdurabilidad biocultural.

El diálogo de saberes dejaría de ser una falacia si se generara un ambiente con las condiciones para articular las distintas visiones de mundo, donde se permitiera a los actuantes de la experiencia observar todas las dimensiones que conforman su ser, estar, tener, querer, expresar, y sentir, dinamizando una sinergia cognitiva para la construcción de complejos mapas conceptuales que incluyera las múltiples visiones a la manera de una sinápsis; es decir, en un contexto ético, político y estético a la manera de una vitrina donde todos pudieran exponerse, pero al tiempo verse, y ver lo que allí se hace visible, como aquel escenario que facilitara la recreación de vínculos realmente equitativos en el marco de las relaciones entre sujetos diferentes en el campo del poder/saber.

Bibliografía

Geertz, C. (1994) Conocimiento local. Ediciones Paidos, Barcelona.

Levi-Strauss, Claude (1982) El pensamiento salvaje. Fondo de Cultura Económica. México.

Salazar, María Cristina (1992) La investigación acción participativa: inicios y desarrollos. Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá.