Cuando se aborda una realidad desde el conocimiento y especialmente por el conocimiento intelectual, es importante no perder de vista los factores que participan en el proceso de conocimiento que es común a los seres humanos independientemente de los roles asignados por sus sociedades.

Del proceso de conocimiento hacen parte las percepciones, la experiencia sensible de lo humano que capta los estímulos que posteriormente son codificados hacia la traducción y reconstrucción cerebral. La sensibilidad humana es peculiar tanto social como individualmente porque es moldeada durante los procesos de construcción cultural del cuerpo humano en sus contextos culturales; donde el ser humano es historia, hace historia, y se comporta con proximidad o lejanía a la razón, a la objetividad, al afecto, entre otros aspectos de su gran complejidad, donde también elabora ideas y representaciones de su ambiente mediadas por el lenguaje y que se constituyen en paradigmas bajo los cuales él conoce piensa y actúa.

A grosso modo en estos aspectos del proceso del conocimiento humano que hacen parte de nuestra unidad en la diversidad humana aparece el paradigma cultural marcando la diversidad; el paradigma que asume un rol parecido al de la guía para un actor en la escena de teatro, porque guía al individuo en su cotidianidad como miembro del grupo con mecanismos cohercitivos implícitos o explícitos para garantizar adscripciones socioculturales; es decir, guían su conocimiento, su pensamiento y su acción.

Pero así como hay paradigmas en la cotidianidad de la experiencia no intelectual, también los hay en el ejercicio del pensamiento intelectual, y son precisamente estos los que permiten que se devele la realidad o se oculte parcial o totalmente, y son los responsables de la problemática de la apariencia-realidad que interesa motivar esta reflexión.

Cuando se hace una pesquisa académica científica de una situación dada, los investigadores se aproximan a partir de los paradigmas aportados por su formación disciplinaria que guían las relaciones axiomáticas para delimitar lo que es pertinente para ser tenido en cuenta, creído o valorado, dentro de las herramientas conceptuales al interior de las teorías.

Ese encuadramiento paradigmático con su rigurosidad, delimita, disecciona y fragmenta, de tal manera que la elaboración producto de esa aproximación a nombre de la ciencia es parcial y aparente porque no da cuenta de una visión integral. Podría entonces afirmarse que un obstáculo intelectual para el conocimiento se encuentra en nuestro medio intelectual del conocimiento.

Aunada a esta dinámica, es posible agregar la vinculación etnocentrista del investigador -así el paradigma científico la tenga prohibida- con su historia de vida, con sus ideas preconcebidas, con su ausencia de autocrítica, con actitudes de desprecio, entre otras, con “consecuencias graves” a la hora de la aproximación y conceptualización de la realidad, porque da participación a su subjetividad y niega la de los individuos que hacen parte del objeto de la pesquisa, y así obvia la importancia de ésta subjetividad en la construcción de las realidades.

Estas tendencias han llevado a la construcción de una apariencia de realidad sanitaria que estandariza los problemas de salud de la población y donde los planificadores y administradores piensan que existe una correspondencia entre problemas y necesidades de servicios, y que los conocimientos objetivos aportados por la epidemiología positivista son suficientes para construir programas adaptados a las realidades locales.

Valdría la pena indagar ¿Cuál es la frecuencia con que las políticas para la acción en salud se configuran sobre  apariencias y no sobre las realidades?, ¿Es en la confusión entre apariencia y realidad donde se originan las políticas inadecuadas que no permiten que los resultados esperados lleguen, una vez ejecutadas?